4 mar 2014

Pitillos

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No recuerdo si fue entre las páginas aguachentas de un suplemento o de una revista digital, donde logré encontrar una pequeña columna cuyo título e inicio me sorprendió, no presentándose como una gran novedad, ya que era la tercera entrega a la fecha de alguien que se manifestaba en contra de los hombres cuarentones que usan pantalones pitillos.
Se diferenciaba esta de otras columnas, al dar estocadas visceralmente directas, con un lenguaje descubierto e insultante. En un ejercicio de poca profundidad y mínimo espacio, la autora logró eficazmente escarmentar y ejecutar moralmente a una gran masa de cuarentones; tratándolos de tarados atemporales, poseedores de una autoestima derruida, mezclada con un constante anhelo de perpetuar su adolescencia externa. Agregando y agravando, que gran parte de la población masculina chilena sufre de una singular metamorfosis degenerativa, al parecer inevitable, en la cual el trasero parece contraerse y reposicionarse en el abdomen. En resumen, la autora da a entender la absoluta incompatibilidad física y moral del cuarentón chileno, con el uso de cualquier tenida que esté encasillada dentro del trending adolescente del slim fit.
No es un sarcasmo de mi parte reconocer que en un momento desde la tribuna y como cualquier lector sometido, logré digerir y disfrutar de su fluida antipatía. Pero el texto deja sembrado obligatoriamente ese gusto a berrinche antojadizo, que fue en búsqueda de aferrarse tendenciosamente a los numerosos textos contragénero que de un tiempo al cabo, han llegado a circular como esporas. Cuestión de moda y muy curiosa que se ha ofertado como choreza irreverente en diferentes blogs y páginas, cuya principal causa al parecer es minimizar lo masculino, sin que hasta el día de hoy, el género aludido se haya dado cuenta que tal cosa existe (es que no importa mucho, en realidad).
Ya decantando un poco la lectura de éstas y otras columnas similares, me doy cuenta la facilidad imperante de poder carraspear con los textos; puntos de vista vacuos que abarcan siempre una inmensidad de supuestos problemas y culpabilidades atribuibles a cualquier situación o especie. Al parecer, todo es un problema que a través de unas cuantas letras acusan y dan causa; juicio y veredicto. En esta ocasión, se le achaca a una generación de hombres supuestamente inadaptados e incapacitados de encausar su vida en un pantalón tipo Dockers y una camisa con el lagarto colienroscado.
Independiente de cualquier edad, desde hace bastante tiempo, y con solo dos dedos de frente, se ha visto como la mayoría de los pantalones que incluyen al Dockers u otros símiles, han comenzado paulatinamente a apretar las pantorrillas, sin que se esté de acuerdo o se haya exigido. Al parecer y por defecto, somos seguidores de una extraña imposición europea que materializa sus proyectos en conjunto con la dictadura textil China, la cual se encarga de replicar los deseos milaneses, repartiéndolos a granel por el mundo entero, siendo todos parte de un licuado global donde la individualidad se queda pegada como impureza en el colador. La verdad es que aplicando un mínimo de referencias, todos los pantalones que incluyen marcas clásicas y no tanto, se han puesto al tanto angostándose de acorde a los tiempos. Como globalmente corresponde.
La columna aquella a pesar de haberme sacado más de una mueca, es de una relevancia y trascendencia igual cero. Estaremos de acuerdo que es un tema soluble que sin mediar orden, la memoria se encargaría de reciclarla por si misma, reemplazándolo por algo más útil. Eso pensaba hasta el día que entré a la Feria de Vinos de Lujo que se realizaba en el Hotel Hyatt de Santiago.
Tras pasar por salones alfombrados y saludando a mi amiga y productora de aquel evento, consigo ver tras ella a un grupo de periodistas entre las cuales se encontraba la autora de "pitillos", junto a otras columnistas que he logrado reconocer con el tiempo, gracias a la infaltable foto que encabeza una columna.
Decidí ir, conversar, y plantearle mis interrogantes por éste y otros textos que han sido igual de “interesantes”. Después de deambular por las dependencias del hotel por fin pude divisarla, encontrándose ocupada hablando con un destacado productor de vinos que esa noche exponía sus botellas. Preferí no interrumpir al percatarme y ser demasiado notorio que las preguntas dirigidas al viñatero, iban cargadas con miradas pomposas, cambios de luces y toda una artillería de indirectas que varios pudimos escuchar, producto de una evidente sordera alcohólica. Problema que inevitablemente hace subir los decibeles sin estar uno muy consciente de ello.
Entre miradas y otras coqueterías que al parecer sugerían por parte de columnista, un reencuentro a futuro, se veia a un productor bastante incómodo, tratando de zafar, alzando el cuello buscando algo eniexistente entre la muchedumbre. Casi por tercera vez, el viñatero algo hartado y cejijunto, le exclama e insiste que por favor le disculpe, que estaba esperando a otras personas para ir a comer.
Lo curioso de todo esto, es ver cómo se retiran ambos sin mediar despido y, verla sobre todo a ella, retornar con su grupo de amigas portando una sonrisa que dejaba traslucir una presunta victoria. Algo más que moral, y con el mismo desplante y grado de fanfarronería de un hombre en condición de manada.
Finalmente sus amigas le preguntan qué tal le fue, limitándose a explicar detalles con triunfante ambigüedad, cortando el tema de raíz, simplificando todo en esta frase: "el tipo es total”. A decir verdad, el señor que hace vinos no se anduvo con rodeos; algo agotado mostró siempre interés en dejar el stand de vinos, retirarse, e ir a probar el cordero y trucha ahumada, y de paso, degustar la mayor cantidad de vinos que fuese posible.
Decidí seguir mi camino probando algunas etiquetas y compartir con algunos amigos enólogos y viticultores, ya que por otra parte, había encontrado todas las respuestas necesarias al ver como la columnista de pluma privilegiada, con motivación suficiente para descuerar al mundo, había sufrido un rechazo políticamente correcto, de parte de un viñatero cuarentón, que esa noche vistió en la gala más importante del vino chileno, sus mejores pantalones pitillos de color rojo.


Alvaro Tello.